Texto do pregón da Semana Santa de Tui de Domingo González Lopo
La Semana Santa en Tui, Puerta a
la Fe: tradición y catequesis para un nuevo milenio
Domingo L. González Lopo
Instituto de Estudios Tudenses
Universidad de Santiago de Compostela
Lectura do pregón da Semana Santa de Tui
S.I. Catedral de Tui, domingo 17 de marzo de 2013
Excmo. y Reverendísimo
Señor Obispo de Tui-Vigo.
Muy Ilustres Deán y
miembros del Cabildo Catedralicio.
Señores concejales del Excmo. Ayumto. de Tui.
Sr. Presidente de la
Asociación de Amigos de la Catedral de Tui.
Sr. Presidente de la
Hermandad del Dulce Nombre de Jesús y Santa Casa de Misericordia.
Ilustres Autoridades.
Señoras y Señores.
No
puedo iniciar este acto sin manifestar públicamente las muchas emociones que me
embargan en este momento al hallarme en una catedral a la que me siento tan
ligado y en la que hace hoy justamente un año, mi hijo Luis Manuel era ordenado
diácono. Como es de razón, deseo comenzar haciendo patente mi sincero
agradecimiento hacia los organizadores de esta iniciativa, por su gentileza al
pensar en mí como orador para dar inicio a los actos de la Semana Santa de Tui.
Algo que me llena de satisfacción por cuanto, como he manifestado con
frecuencia imitando el decir de nuestros escritores del Siglo de Oro, yo soy
vigués de nación, compostelano de adopción y tudense de corazón. Ciertamente no
me cabe en el desarrollo de este sentimiento de profundo amor a Tui, mérito
alguno, pues se debe a la fortuna de haber sido acogido e introducido en la
ciudad por dos personas que han dejado en mí profunda huella: D. Jesús Gómez
Sobrino, de inolvidable recuerdo, y D. Ernesto Iglesias Almeida, Cronista
Oficial de esta ciudad; excelente historiador, investigador infatigable y amigo
generoso, de cuyos trabajos es deudora en gran medida la exposición que voy a
hacer ante ustedes.
Me
van a permitir, antes de entrar en materia, que alargue un poco más este
proemio, porque el lugar en el que estamos tiene para mí una gran significación
personal y recuerdos muy emotivos. Aquí traigo todos los años desde Santiago a
mis alumnos norteamericanos para introducirlos en el conocimiento y el disfrute
de la belleza de esta ciudad y de su catedral; en ella les explico el origen de
una expresión que les es familiar desde el punto de vista cultural (los fuegos
de San Telmo), perdido para ellos –en su mayor parte protestantes, judíos y
musulmanes- el sentido religioso que tuvo en sus orígenes ligada a nuestro
patrono. Aquí, hace ya algunos años, uno de ellos acabó por confesarme que su
ilusión sería poder vivir un día en Tui. El pobre Aarón nunca conseguirá ya su
anhelo, pues su joven vida quedó truncada en el ataque a las Torres Gemelas de
Nueva York. Para él mi recuerdo en este día desde un espacio que todavía nos
une en la memoria.
Bien.
Soy historiador y creyente, magro bagaje para la alta responsabilidad que se me
confía, merecedora sin duda de un orador de sólida teología, de pastoral
curtida en la experiencia, de profundo conocimiento litúrgico, de catequesis
experimentada, en fin, de verbo vibrante y convincente; formación y cualidades,
les aseguro, de las que carezco en absoluto. Por eso me disculparán si actúo
como lo que soy, un humilde investigador del pasado, de fe simple, como la de
mis mayores, pero como la de ellos, sólida e inquebrantable. Sirva este inicio
para solicitar su benevolencia ante mis errores.
Siglos XIV y XV
La
Semana Santa Tudense, tal como la conocemos en la actualidad, es fruto de un
largo proceso formativo y evolutivo en el que se conjugan aportes de muy
diverso origen. Muchos de los aquí presentes estarán de acuerdo conmigo, porque
la Semana Santa de hoy, aún guardando elementos comunes, sin duda presenta
también notables diferencias con la que conocieron durante su infancia. Pues
bien, ese hecho forma parte de un proceso que arranca de mucho más atrás, al
menos desde el siglo XIV. Buscar sus raíces nos obliga, naturalmente, a acudir
a este lugar, a la catedral, pero también, y de modo especial al convento de
Santo Domingo, ya que es la nueva espiritualidad de las órdenes mendicantes la
que va a traer aportes decisivos para la configuración de las manifestaciones
de la Semana Santa, pues dominicos y franciscanos, en expresión feliz del
historiador del Arte francés Emilio Mâle, fueron los que enseñaron a Europa a
llorar sobre las llagas de Cristo.
A los
frailes dominicos, presentes en la ciudad desde 1272, y al cabildo catedralicio
los encontramos simbólicamente unidos en el que sin duda es, hasta la fecha, el
texto más antiguo en que se alude a las conmemoraciones relacionadas con la
Semana Santa. Se trata de una escritura del notario tudense Nuno Gonçalves,
fechada el 4 de abril de 1371 ó 1381 y que ha sido publicado recientemente por
nuestro colega Suso Vila. Dice así en el fragmento que nos interesa:
“ordinaron que
a procissom et chamom que de costume suyam de faser hu esteve o mosteiro de sam
domingo o vello a par da corredoyra, por a sesta feira dante Ramos, que a
fesessem aa iglesia de Sam Giaao dos gaffos et que a preghaçom que suyam de
faser hu esteve o carvallo, que a façam enna eyra de Sam Giaao”.
Se
trata de un texto interesante que nos plantea interrogantes, pero que también
nos ofrece algunas hipótesis dignas de consideración. La “sesta feira dante Ramos”, es lo que hoy llamamos el Viernes de
Dolores, pero esa fiesta litúrgica no se establece oficialmente hasta el Sínodo de Colonia de 1423, y
sólo para esa diócesis. Su creación está ligada a la nueva espiritualidad
profundamente mística que surge en la región del Rhin –a cuyas orillas se
encuentra dicha ciudad- y en los Países Bajos, y que conocemos con el nombre de
Devotio Moderna. Los dominicos
jugaron un papel relevante en su aparición y la meditación sobre los
sufrimientos de Cristo y de su Madre al pie de la cruz va a ser una iniciativa
promovida por ellos de manera intensa a través de sus escritos y sus sermones.
Por eso, es en los círculos dominicos (también en los franciscanos, pero esta orden tardará aún siglos en llegar
a la ciudad) donde empiezan a surgir representaciones de Cristo crucificado de
gran realismo, cuya presencia en el convento de Tui está atestiguada con el
Santo Cristo de las Aguas, cuya relación estilística con los de Orense y
Finisterre, permite datarlo en la primera mitad del siglo XIV. Esta
espiritualidad dominica profundamente ligada a la Pasión y Muerte de Cristo,
nos explica que ya en la segunda mitad del siglo XIV se celebrara en su
convento tudense la ceremonia del Desenclavo, como confirma la existencia de
una imagen articulada de Cristo de aquel periodo, hoy custodiada en las
dependencias del Museo Diocesano. El origen de esta ceremonia está relacionado con
la renovación que llevan a cabo los dominicos (también los franciscanos) hacia
finales de dicho siglo en su método de predicar, y que entre otras novedades
incluye el frecuente empleo de imágenes para conmover al auditorio y hacerles
llegar de forma más efectiva el mensaje de los sermones. No es una casualidad,
por tanto, que incluso tras la Desamortización y la desaparición definitiva de
los dominicos de esta ciudad hace ciento setenta y ocho años, los tudenses
hayan continuado asistiendo a su iglesia –fieles a una cita fuertemente asentada
en su ánimo tras siglos de tradición- para rememorar aquel episodio de su
Pasión.
No
sería, pues, de extrañar que a los Padres Predicadores se debiera también la
introducción del culto a la Dolorosa en nuestra ciudad, pues en los inicios de
esta devoción encontramos a destacados dominicos pertenecientes a los círculos
de místicos alemanes, como es el caso de fr. Enrique Susón, fr. Juan Tauler o
el Maestro Eckart. Esto explicaría la tradicional veneración a la Virgen del
Dolor en Tui -cuyas advocaciones e imágenes se multiplican en ella a lo largo
del tiempo-, así como el profundo, fiel, e inquebrantable cariño que sus
habitantes les guardarán hasta nuestros días.
La
espiritualidad dominica dará origen a otra manifestación muy característica de
la Semana Santa: las cofradías de disciplinantes, normalmente puestas bajo el
título de la Vera Cruz. Posiblemente su fundación en Tui es temprana; sospecho
que ya debió existir alguna en el siglo XIV estimulada, como en otros lugares,
por el impacto de la Peste Negra. De todos modos nos consta que San Vicente
Ferrer las promovió y este santo dominico, aunque no nos consta su paso por la
ciudad, sí predicó en Santiago en torno a 1412 dejando una profunda huella en
el ánimo de la población y sin duda en los numerosos conventos de su orden que
ya para entonces existían en Galicia. Sabemos que en nuestra región estaban muy
extendidas a mediados del siglo XVI porque el Concilio Provincial Compostelano
de 1565-66 convocado en Salamanca por el Arzobispo de Santiago D. Gaspar de
Zúñiga para introducir los decretos del Concilio de Trento, aprobó normas para
regular su comportamiento.
Por
otra parte, las Sinodales del obispo D. Diego de Muros nos informan cómo ya en
1482, después de la misa de Jueves Santo, se llevaba en procesión al Santísimo
para depositarlo en el monumento, siendo velado durante toda la noche en esta
catedral por los vecinos de la ciudad. Las sinodales del obispo D. Diego de
Avellaneda de 1528 reproducen esta constitución.
Siglo XVI
El
Concilio de Trento, del que se conmemora este año el 450 aniversario de su
clausura, va a tener un impacto importante en las celebraciones de Semana
Santa. Con motivo de la aplicación de sus reformas el rey Felipe II, que había
procurado situar al frente de sus diócesis a prelados reformistas, envió
instrucciones detalladas a éstos con el fin de que eliminaran una serie de
abusos relacionados con el día de Jueves Santo, donde por aquel entonces se
concentraban las celebraciones más relevantes. Quería el rey que se suprimiesen
de raíz las procesiones de disciplinantes y que las iglesias se mantuvieran
cerradas toda la noche prohibiendo a los fieles acudir a ellas, con el fin de
evitar comportamientos poco edificantes. Este dirigismo filipino nos ha
proporcionado un interesante documento que fue publicado hace ya algunos años
por el P. García Oro; está fechado el 27 de Diciembre de 1575 y es la respuesta
del obispo de Tui, D. Diego Torquemada -el mismo que yace enterrado en esta
capilla, y cuya estatua orante nos contempla- al requerimiento del monarca.
Nuestro prelado, frente al radicalismo del soberano, aconseja actuar con
prudencia, pues, asegura:
“…si en estos tiempos en que tan desenfrenadamente
los herejes blasfeman de las sanctas ceremonias de la Yglesia, mudásemos o
alterásemos algo dellas, seria rindirnos en çierta manera a su paresçer y
convenir con ellos en algunas cosas, de lo qual a de huyr el crystiano aun en
las cosas indiferentes. Los inconvenientes que suele aver en semejantes
ayuntamientos [se refiere a las
reuniones nocturnas con motivo de las procesiones o la vela del Santísimo] bien es remediarlos, pero no de manera que
por arrancar la mala yerva se arranque también el trigo”.
Por
eso proponía adoptar las siguientes medidas:
-Que
no salieran mujeres solas por la noche con mayor libertad de la que convendría.
-Que
la procesión de disciplinantes saliera al ponerse el sol o a primera hora de la
noche, sin que en ella participaran mujeres, ni como acompañantes ni como
penitentes.
-Que
las mujeres que quisieren ir a velar el monumento fuesen por la tarde o al
anochecer y no salieran de la iglesia hasta el día siguiente por la mañana,
prendiendo la justicia a la que anduviese sola de noche por la calle.
-Que
las capillas de las iglesias estuviesen cerradas, y éstas bien iluminadas, y
que hubiese vigilantes para despertar a los que durmiesen en la iglesia, en
especial ante el monumento.
-Que
las tiendas, bodegones, confiterías y boticas cerraran al anochecer, sin vender
nada para que no se quebrantase el ayuno.
-Que
las mujeres y los hombres se sentasen en
distintos lugares en las iglesias y no fuesen juntos en las procesiones.
Específicamente
en referencia a las cofradías de disciplinantes el texto decía lo siguiente,
que por su interés, aunque es algo extenso, leemos en su totalidad:
“En la cofradía de los disciplinantes paresçe
también sería necesario remediarla de manera que oviesse grande cuenta con los
que se resçiben en ella, que no fuesen mujeres ni mentecaptos, ni públicos viçiosos
sino estuviesen enmendados; que todos fuesen con un mismo hábito, que no se les
diese aquella noche comida ni bebida, ni por las calles se les diese a beber ni
comer, y que el Jueves Sancto comulgasen todos y se hiçiesen amigos si avia
algunos que no lo fuesen, que por colaçion antes de salir se les predicase o
hiçiesse una plática espiritual, que por ninguna ocassion dejasen andar a otros
penitentes públicos aquella noche, sino fuese en aquella proçession.
Que no se permitiese otra manera de penitencia sino
fuere la de disciplina o el yr descalços, sin dar lugar a que lleven pesos a
cuestas o cadenas o otras cosas semejantes, sino fuese solamente el cruçifixo e
insignias de la cofradía, y que estas y las imágenes las llevasen todas los
cofrades penitentes”.
Así
pues, de cuanto llevamos dicho parece deducirse que a lo largo de los siglos
XIV, XV y XVI la Semana Santa de Tui estaba organizada en torno a tres hechos
importantes con algún acto preparatorio previo “la sexta feira dante Ramos”, como se señala en el texto que ya
hemos leído:
-Los
actos litúrgicos de la Catedral, que incluían la misa, la colocación del Santísimo en el Monumento y su vela
durante toda la noche.
-La
procesión de disciplinantes (¿de la Vera Cruz?) ese día por la noche, en la que
además de los penitentes ocupaba un lugar destacado la cruz y algunas imágenes
(¿cuáles?).
-El
Desenclavo en el convento de Santo Domingo la tarde del Viernes Santo.
No
podemos cerrar este capítulo dedicado al siglo XVI sin mencionar que en 1542 se
fundó la Hermandad de la Santa Casa de la Misericordia, que desde 1571 contará
con una nueva capilla. Andando el tiempo tendrá un gran protagonismo en la
Semana Santa de Tui, y es posible que ya desde muy pronto comenzase a
intervenir en las manifestaciones públicas de esos días.
Siglo XVII
Durante
el siglo XVII las procesiones de Tui ganan en complejidad, pues al igual que en
otras ciudades, se multiplican en número y van incorporando pasos procesionales
construidos a iniciativa de las nuevas cofradías que se van fundando. Se
introduce así un importante cambio cualitativo en sus objetivos, pues frente a
carácter exclusivamente penitencial y expiatorio que tenían antaño, y de cuyos
excesos siempre desconfió la Iglesia, se convierten ahora en una catequesis, al
tiempo que, siguiendo las directrices tridentinas, se emplean las imágenes para
conmover a los asistentes y estimular en ellos la reflexión y la meditación sobre
la Muerte y la Resurrección del Señor. De ahí el aumento progresivo de sermones
de contenido específico ligados a estas celebraciones (el de las Siete
Palabras, el del Encuentro, el del Ecce Homo…), que irán apareciendo a lo largo
de la segunda mitad de este siglo y del siguiente.
En
los años cuarenta de esta centuria se fundan dos hermandades que están llamadas
a tener un fuerte protagonismo en la Semana Santa de Tui. En 1645 se crea la de
Nuestra Señora de la Soledad con sede en la catedral, que se convertirá en la
protagonista de la procesión de la tarde del Viernes Santo en la que, tras el Desenclavo
en Santo Domingo, se rememoraba el entierro de Cristo, para el que en un
principio se utilizó la imagen yacente que todavía hoy puede verse en su
retablo –encargado en 1694- a los pies de la imagen de la titular. Como nos
indica D. Ernesto Iglesias Almeida en su trabajo sobre la Semana Santa de Tui,
en 1653 iba flanqueado por seis hombres armados, precedidos por un trompetero y
dos tambores. De lo pronto y profundamente que arraigó esta devoción entre los
tudenses tenemos una prueba en sus testamentos. Según estos nos revelan, ya a
principios del siglo XVIII estaba fuertemente asentada la costumbre de
enterrarse en las proximidades de su altar; también la tienen como destinataria
en torno al 14% de las limosnas que se disponen en dichos documentos durante
todo el siglo. Una de las más curiosas es la que le deja D. Pedro Nolasco Logu,
Arcediano de Taboexa, el 22 de Septiembre de 1758; se trata de “un estuche de Matemática (…) para que se
venda o rife, y su producto se utilice en lo más que haga falta en la capilla”,
advirtiendo que vale más de lo que parece. La más generosa, los 500 reales que
le dona un sacerdote de la ciudad. Es tanto el fervor que manifiestan los
mencionados testamentos, que sin duda se podría aplicar a esta imagen las
palabras que un peregrino dirigió a la Virgen de la Soledad de la catedral de
Santiago, cuando afirmó que nunca había visto una Soledad tan acompañada.
Poco
después, en 1647, se crea en la capilla de la Misericordia la cofradía del
Dulce Nombre de Jesús, del que debía existir una imagen anterior a esta fecha,
cuyas características y antigüedad desconocemos. Será reemplazada por una nueva
en 1691, y durante mucho tiempo la llamarán los vecinos de la ciudad el Santo
Nombre de Jesús, apareciendo el título por el que hoy es conocida –Dulce
Nombre- a partir de los años treinta del siglo XVIII, denominación que se
generaliza en la segunda mitad de la centuria, según hemos podido apreciar en
la documentación testamentaria. También desde muy pronto se ganó el afecto de
los tudenses, pues en un 12% de las últimas voluntades que hemos estudiado
aparecen encargadas misas en su honor.
Salía
en procesión el Jueves Santo por la mañana y se escenificaba el Encuentro entre
el Señor y su Madre en la calle de la Amargura. Como sostuvo en su día D.
Manuel Fernández-Valdés, es posible que las imágenes que participaban en ella
acabaran asumiendo el papel protagonista de un anterior auto sacramental, muy
frecuentes en la Baja Edad Media y en el siglo XVI, que de esta manera pudo
subsistir ante la creciente oposición de las autoridades eclesiásticas a que se
escenificasen. Que existían y estaban extendidas sus representaciones en
Galicia, lo sabemos porque el decreto número once del atrás mencionado Concilio
de la Provincia Eclesiástica de Santiago de 1565-66, los prohibió. En Pontevedra,
con todo, el Auto del Prendimiento subsistió hasta 1670, aunque es posible que
de forma intermitente continuara escenificándose hasta 1701, momento en que
quedó definitivamente suprimido. En Finisterre, no obstante, se sigue
representando el Auto de la Resurrección del Señor la mañana de Pascua.
Desconocemos
si los seis gremios de Tui tenían un papel activo en la organización de las
procesiones, como sucedía en otras ciudades gallegas, en especial a partir del
momento en que la procesión del Santo Entierro empezó a tener carácter
institucional al ser patrocinada por el Ayuntamiento. Nos tienta pensar que las
figuras que en esta procesión a finales del siglo XIX representaban escenas
bíblicas, fuesen una reminiscencia de aquella participación (su número, seis,
coincide con el de los antiguos gremios), pero el tema encaja más con una
escenografía decimonónica, que con la espiritualidad Barroca.
El Siglo XVIII
Durante
el siglo XVIII las procesiones de Tui se enriquecen gracias al asentamiento
definitivo de los franciscanos en la ciudad, cuya llegada había tenido lugar en
1642 huyendo de la guerra con Portugal. En 1684 empezaron la construcción de su
convento, terminando la obra de su iglesia en 1727. La presencia franciscana
tuvo que suponer un impacto muy importante, por cuanto su espiritualidad, como
ya hemos comentado, estaba muy ligada a los misterios de la Pasión y Muerte de
Cristo, y su aportación a los actos de Semana Santa en ciudades como Pontevedra
o Santiago fue muy relevante. El hecho de que la imagen de su Crucificado se
haya convertido en el protagonista del Desenclavo y de la posterior procesión
del Entierro, así lo indica. Desgraciadamente la Desamortización expulsó a la
orden de la ciudad y dispersó sus archivos, por lo que resulta hoy muy difícil
reconstruir el papel que jugaron.
Lo
que sí prevaleció fue el aporte de la V. O. T., que fundada en 1703 introdujo
en la Semana Santa tudense, como era habitual en esta orden, la procesión del
Ecce Homo la tarde del Domingo de Ramos, seguramente con sermón incorporado en
medio de ella, como sucedía en las que de modo análogo organizaban en otras
ciudades (así sucedía en Vigo, Santiago, Pontevedra o Mondoñedo, por ejemplo).
Durante
este siglo la Cofradía del Dulce Nombre de la Misericordia entra en crisis,
como indica el hecho de que desde 1740 dejaran de elegirse oficios. Puede ser
que esto explique la causa del descenso de los enterramientos en su capilla,
que de estar presentes en el 22% de los testamentos de la primera mitad de la
centuria, caen por debajo del 3% en sus últimos cincuenta años. Sin embargo, no
parece que esto perjudicase a la procesión, que tal vez entonces pasó a estar
bajo la responsabilidad exclusiva de los curas de la catedral, uno de los
cuales desempeñaba el oficio de prior, recibiendo por ello en 1799 todos los
enseres de la hermandad. En cualquier caso en el último tercio del siglo XVIII,
comienza a ser citada en los testamentos una nueva imagen de la Dolorosa perteneciente
a esta cofradía, hasta entonces nunca mencionada, lo que parece una prueba de
dinamismo, al menos, en el terreno devoto:
-José
Álvarez, vecino de Randufe, el 3 de Abril de 1776 funda una misa rezada
perpetua el día de Difuntos en el Altar de Ntra. Sra. de la Soledad de la
Misericordia.
-El
29 de Julio de 1787, Bernarda Balverde, también de Randufe, dice ser cofrade de
Ntra. Sra. de la Soledad inclusa en la Capilla de la Misericordia.
-También
D. Ernesto Iglesias hace referencia a la presencia en 1788 de una Dolorosa que
acompañaría al Nazareno, que se cita en las obras de enlosado de la Capilla.
Sin
duda durante este siglo la liturgia desarrollada en la catedral fue ganando en
solemnidad y aparato. Buena prueba es el encargo de la nueva estructura para el
Monumento, contratado en 1775, y del que todavía podemos disfrutar,
constituyendo hoy por su rareza una de las joyas de nuestra catedral. Tal vez
un signo de cuanto estamos afirmando sea el donativo de un instrumento musical
-un clave-, para ser usado en el coro de la catedral en las funciones de Semana
Santa, legado que hace en su testamento de 25 de Diciembre de 1787 D. Juan
Manuel Salgado Enríquez de Mendoza Cabrera y Guzmán, canónigo prebendado y
Conde de Borraxeiros.
Me
van a permitir que haga un inciso y me aleje un momento de la ciudad para hacer
una breve referencia a lo que sucedía en las parroquias de la diócesis. También
en ellas las conmemoraciones de Semana Santa ganan en solemnidad desde la
segunda mitad del siglo XVII en adelante gracias a la fundación de las
cofradías del Santísimo Sacramento, que hacia 1780 estaban implantadas, al
menos, en el 67% de las feligresías (en la vecina diócesis de Braga no llegaban
al 40% en 1758). Éstas no sólo tendrán a su cargo el cuidado del culto
eucarístico y la organización de la fiesta del Corpus, sino también la erección
del monumento del Jueves Santo. Además, a imitación de lo que ocurría en la
ciudad, y tal vez debido al estímulo de las misiones de dominicos y
franciscanos, se van introduciendo otras prácticas, como por ejemplo, el
Desenclavo, como el que aún tiene lugar, en Fornelos de Montes, que todavía hoy
congrega a muchos vecinos de las parroquias circundantes. La presencia en los
primeros años del siglo XIX de una Dolorosa y un Cristo yacente en la parroquia
de Anceu, nos hace pensar en la existencia en ella de alguna procesión del
Santo Entierro.
El Siglo XIX
Dos
novedades son dignas de reseñar en esta centuria. Por un lado la revitalización
de la Hermandad del Dulce Nombre, que se plasma en dos acontecimientos. El
encargo en 1815 de una nueva imagen del Nazareno para la procesión del
Encuentro, y el montaje del Huerto de los Olivos, cuya noticia más antigua es
de 1818. Tal vez la elaboración de una nueva imagen deba relacionarse con las
tropelías de los franceses durante su paso por la ciudad en 1809, pues en
Santiago y Pontevedra dejaron muy dañados los pasos procesionales. No tenemos
noticias de su comportamiento en Tui a este respecto, pero sin duda su estancia
en la urbe dejó una amarga huella.
La
culminación de las obras de la Capilla de San Telmo con su bendición en 1803,
permitió que la cofradía de este santo construyera su propio monumento de
Jueves Santo, que se unía así a los otros que se levantaban en la ciudad
(catedral, convento de la Concepción y conventos de Santo Domingo y San
Francisco). A éstos se vendría a sumar el de Capilla del Asilo desde 1882.
Por
otro lado, a mediados de este siglo se organiza una nueva procesión, la del
Santísimo Cristo de la Agonía, exclusivamente masculina, que recorrerá la
ciudad la tarde del Domingo de Ramos antes que la del Ecce Homo, por lo que
constituirá desde ahora el pórtico de la Semana Santa en Tui. La imagen se
había encargado en 1609 por el obispo fr. Prudencio de Sandoval para coronar
las nuevas rejas del Altar Mayor. A finales del siglo XVIII, como nos indica en
su testamento de 26 de Agosto de 1798 el Dr. D. Manuel Vallejo de Rivera,
Canónigo Lectoral del cabildo catedralicio, se guardaba en la Sala Capitular
por falta de sitio, por eso dispone en su última voluntad que a su costa se
haga un altar en la antigua capilla de San Benito y se coloque en él.
El Siglo XX
La
Semana Santa vive una etapa de esplendor en la primera mitad de siglo –la
hermosa imagen de la Dolorosa del escultor Querol llega en 1910- en especial
durante los años cuarenta y cincuenta, como sucede en otras ciudades gallegas, pero
que está seguida de un estancamiento y posterior decadencia, que probablemente
aquí se anticipa como consecuencia del cambio de residencia del Obispo, y del
subsiguiente traslado de la Curia y el Seminario Mayor a Vigo en 1959. Desde
1961 dejó de salir la procesión del Ecce Homo y desde 1962 la del Smo. Cristo
de la Agonía.
Sin
embargo a partir de 1974 se inicia un movimiento que tiene como objetivo sacar
los actos de Semana Santa del marasmo en que habían caído. Un grupo de personas
se pusieron a ello con entusiasmo, no sin dificultades, hasta que finalmente
consiguieron en 1983 revitalizar la Hermandad de la Santa Casa de Misericordia,
incluyendo algunos años más tarde en la procesión del Encuentro la talla del
Ecce Homo, que volvió a recorrer la calles de la ciudad como antaño.
Gracias
a la decisión del Cuerpo de Protección Civil de Tui, volvió a salir el Calvario
compuesto por la hermosa talla del Cristo de la Agonía, flanqueado por la
Virgen y San Juan.
Además,
la procesión femenina que antaño conducía de noche a la Virgen de la Soledad
desde San Francisco –donde se recogía tras la procesión del Santo Entierro-
hasta la catedral, se trasladó a la mañana del Sábado Santo, cerrando con ello
el ciclo procesional, si bien cambiando recientemente la imagen catedralicia
por la que, consecuentes con sus devociones marianas, introdujeron los
franciscanos en la urbe tudense.
Unas
iniciativas que, unidas al dinamismo que en los últimos años el Obispo en unión
con el Deán y cabildo han insuflado a las ceremonias que se desarrollan en la
catedral, consiguieron devolver el viejo esplendor a las procesiones y actos
conmemorativos de la Semana Santa de Tui, abriendo así las puertas a un
esperanzado mañana.
Sin
embargo, en un acto como el que hoy nos congrega aquí, no todo puede quedar
reducido al recuerdo del pasado. La Semana Santa de Tui es también un tema de
presente, que debemos considerar, sobre todo, con la vista puesta en el futuro.
Cuando uno acude al archivo y consulta los viejos papeles de las cofradías, se
encuentra con algo más que con folios raídos por el tiempo y letras desvaídas
por la humedad; bajo el polvo de los siglos sigue alentando viva la fe de
aquellos hombres y mujeres que hicieron de la conmemoración de la Pasión,
Muerte y Resurrección de Cristo y del acompañamiento de María en su dolor,
motivo central de su existencia. Una fe y una dedicación que hemos recibido en
herencia. No obstante no estamos hablando tan sólo de tradición, de hábitos, de
costumbre; todo eso nos remite simplemente a la rutina y al folklore, y aquella
desaparece por cansancio y éste acaba por desvanecerse cuando nuevas modas lo
vacían de contenido.
Estamos
viviendo el que ha sido proclamado por el santo padre Benedicto XVI como el Año
de la Fe, y en su carta apostólica Porta Fidei nos indicaba que esta
convocatoria es (y cito) “una invitación
a una auténtica conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios en el
misterio de su muerte y resurrección ha revelado en plenitud el Amor que salva
y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los
pecados”.
A lo
largo de las próximas semanas vamos a rememorar acontecimientos de gran
trascendencia para la Humanidad y para nuestra vida como cristianos, la Pasión
y Muerte de Cristo ofrecida por Éste al Padre como expiación por nuestros
pecados en una muestra de profunda obediencia, de Amor y de confianza, como
manifestó el propio Jesús en la cruz recitando el salmo 21. Una conducta que
debería movernos a reflexión y a una generosa respuesta a la invitación de la
Cuaresma como tiempo de penitencia y renovación espiritual, para llegar así transformados
a la Pascua y poder celebrar plenamente la Resurrección de Cristo, que nos
anuncia nuestra propia resurrección. Resurrección simbólica y real; por un lado
la del hombre nuevo muerto al pecado de la que nos habla San Pablo en su carta
a los Romanos. Pero también la resurrección física, pues la victoria de Jesús
sobre la muerte nos recuerda, como dice la hermosa canción compuesta por D.
Cesáreo Gabaráin, “que la muerte no es el
final del camino y que no somos carne de un ciego destino”.
Pero
nuestro objetivo no debe ser sólo de carácter personal. La Iglesia nos llama
también a implicarnos en un proceso de nueva evangelización, en palabras del
Papa Benedicto XVI, “para redescubrir la
alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”. No
se trata de que nos convirtamos en predicadores, sino de que sigamos el camino
de nuestros mayores y demos testimonio con el ejemplo.
Existe
en muchas parroquias de Galicia una bella tradición que es muy antigua, pues ya
aparece recogida en las sinodales del siglo XV y de principios del XVI. Los
niños con frecuencia tenían dos madrinas; la de pila y aquella que lo llevaba
en brazos hasta la puerta del templo. Mi tía Alcina, que había desempeñado esa
función alguna vez, decía que su papel había sido tan importante como el otro,
pues, aseguraba con no disimulada satisfacción, “eu fun quen lle ensinei o camiño da igrexa”. Nuestros mayores no
sabían nada de viejas ni de nuevas evangelizaciones, pero la practicaban todos
los días. Hagamos como ellos, aprovechemos las procesiones de Semana Santa
para, con nuestra conducta, demostrar su importancia a aquellos que sólo ven en
ellas tradición folklórica y pasatiempo turístico; llevemos a ellas a nuestros
pequeños, y, como antaño, aprovechemos su rica catequesis para introducirlos en
el conocimiento de los misterios esenciales de nuestra fe, poniendo en práctica
las palabras del salmo 33: “gustad y ved,
que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”. Así haremos buenas
las palabras de Benedicto XVI cuando hace referencia “a la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para
el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su
vida”. En efecto, es el ejemplo de nuestros padres y de nuestros abuelos el
que nos reúne aquí, demostrándonos la validez de sus principios y, por encima
de todo, de la fe que depositaron en la doctrina de Cristo, Camino, Verdad y
Vida para el cristiano. De igual manera será el testimonio de nuestra fe lo
único que garantice que dentro de cien o doscientos años, cuando nuestra
memoria se haya perdido, como la de aquellos que nos precedieron, otros en este
lugar sigan manteniendo viva su fe y la ilusión de sostener tan frescos y
dinámicos como siempre los ideales de la Semana Santa de Tui. Que así sea.
Muchas
gracias por su amable atención.
Tui,
17 de Marzo de 2013
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