Pregón de la Semana Santa 2022, por D. Santiago Vega, director Museo Catedralicio
Ayer domingo, 3 de abril de 2022, tuvo lugar en la Capilla de las Reliquias de la catedral de Tui la lectura del pregón de la Semana Santa tudense que corrió a cargo del Canónigo y director de Museo Catedralicio, D. Santiago Vega López. Un acto organizado por la Asociación "Amigos da catedral de Tui" y que contó con la presencia del Obispo de la diócesis, D. Luis Quinteiro, el alcalde de Tui, D. Enrique Cabaleiro, y la Directora de Turismo de Galicia, Nava Castro, asi como numeroso público.
Reproducimos seguidamente el texto de este Pregón de la Semana Santa 2022:
LA PALABRA SE HIZO IMAGEN,
Y LA IMAGEN SE HIZO
PALABRA
Santiago M. Vega López
Director del Museo Catedralicio de Tui
Introducción
Gracias anticipadas por responder
a esta llamada con la que damos la bienvenida a la Semana Santa de 2022. Las
dos últimas citas han sido especialmente anómalas, vividas con austeridad y muchas
incertidumbres, pero han servido también para hacernos pensar, purificar
nuestra oración, pasar más tiempo con los de casa y acrecentar nuestro servicio
al prójimo con gran generosidad del personal sanitario, del voluntariado y demás
colectivos, incluido el eclesial. Todos ellos alimentaron la esperanza de vencer
la pandemia y se sacrificaron para proteger la vida de los más vulnerables. Es
natural, por ello, alegrarse de estar hoy aquí y valorar, si cabe más, que
podamos contemplar misterios tan grandes, con cierta normalidad.
Gracias a nuestro obispo D. Luis Quinteiro por acompañarnos
esta tarde y ayudarnos a renovar con piedad el memorial de nuestra fe en cada una
de las celebraciones de estos días. A los miembros de este Cabildo, con quienes
comparto la tarea de custodiar y realzar este santo lugar. Al alcalde de esta
ciudad de Tui, D. Enrique Cabaleiro, a la directora de Turismo de Galicia, a D.ª
María Nava Castro y demás autoridades civiles que colaboran a que la Semana
Santa sea también, en el ámbito público, una preciosa herencia que hemos de contribuir
a preservar entre todos. A la Hermandad del Dulce Nombre de Jesús y Santa Casa
de la Misericordia, sin cuyo trabajo y compromiso esta tradición terminaría por
desaparecer. A D. Eduardo Cadenas y D.ª María Dolores Balseiro, que han tenido
la gentileza de invitarme en nombre de la Asociación Amigos da Catedral de Tui,
que tan dignamente representan, y cuyo buen hacer prolongado en el tiempo se ha
visto reconocido recientemente con la alta distinción de caballero y dama de la
Orden Pontificia de San Gregorio Magno. Gracias, como no, a mi familia y amigos
aquí presentes.
Es un honor para mí presentaros la riqueza espiritual de
estos días y, aunque no conozco todo lo que desearía la Semana Santa y la
historia de Tui, acepto gustoso el reto por el afecto que profeso a esta sede
catedralicia a la que acudo ininterrumpidamente cada Misa Crismal desde los 12
años cuando comencé en el Seminario Menor y, en la actualidad, prácticamente
todas las semanas. Cada visita sigue siendo una oportunidad para descubrir
nuevos hallazgos y escudriñar las entrañas de este cosmos siempre sorprendente
cuando uno se acerca a él con la misma actitud de asombro que relata el fotógrafo
franco-húngaro Brassäi:
Paseando
en Dordogne, en otoño, recogí una hoja de álamo de entre todas las otras que
cubrían el suelo y la coloqué sobre un papel blanco. Después, me detuve en un
albergue cercano, pedí un bocadillo y el posadero que vino a servirme, al ver
la hoja de álamo, exclamó: “¡Qué hermosa! ¿De qué árbol es?”. Era de su álamo,
pero él nunca había visto sus hojas; ahora veía una por primera vez [1].
Con esa mirada atenta hemos de atravesar el prodigioso
pórtico gótico y admirar no solo la sobriedad arquitectónica de su interior, el
esplendor de los órganos, la sillería del coro o el retablo de la expectación,
sino también los detalles de cada uno de ellos: el sol y la luna en lo alto del
monumento de Semana Santa, los abundantes y variados capiteles, la menorah
del claustro, las lágrimas de quienes lloran la muerte de Jesús, la sonrisa del
Niño a su abuela Santa Ana, alguno de los más de 400 belenes que se exponen en
Navidad, o el grupo de personajes en dos tablas de la sacristía que asisten
desde un balcón al espectáculo que para muchos supuso la coronación de espinas
y la flagelación de Cristo. Escenas estas que nos ayudan
a comprender bien que la Semana Santa no es asomarse al misterio de fe desde la
distancia o quedarse en el mero sentimiento, sino personalizar cuanto allí
sucede y hacerlo vida.
A diferencia de árabes y judíos nuestro lenguaje ha sido
siempre audiovisual, comprendimos enseguida que el arte y la imagen figurativa eran
excelentes medios para relacionarnos con la divinidad porque respondían a la
misma ley de la Encarnación, según la cual, Dios invisible e inmortal se hizo
carne y habitó entre nosotros. Sobre esta piedra angular edificará la
Iglesia toda su historia desde el tiempo de las catacumbas hasta nuestros días,
si exceptuamos la tentación iconoclasta en la zona oriental (726-843) que perderá
fuerza tras el segundo Concilio de Nicea (787) con el argumento ya señalado: […] si el
Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades visibles […],
de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser
usada[2].
Es así, como en adelante, se entenderá que el valor de la imagen reside no en
sí misma sino en lo que representa y que su estética obedece a un fin más alto
que es la piedad: mueve el alma de quien la contempla dirá San Juan
Damasceno (675-749).
Recuerdo, en este sentido, una
experiencia contradictoria en el museo Frederik Marés de Barcelona hace ya unos
cuantos años, seguro que ahora no sería la misma. Aunque pude disfrutar de una interesante
colección de obras medievales, no he olvidado tampoco una sensación muy extraña
al paso por alguna de sus salas en las que las imágenes de Cristo y de María se
repetía en exceso y su presentación recordaba más a un almacén que a un espacio
expositivo. Colocadas de ese modo parecían escenificar lo dicho por el salmista
en contra de los falsos ídolos: Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no
ven; tienen orejas, y no oyen […][3],
habían perdido su ánima. Por eso, qué importante es que las imágenes
recuperen la finalidad para la que fueron creadas y pisen nuevamente la calle, el
lugar que las vio crecer, menguar y reinventarse. Sin esto no se entiende,
desde luego, la Semana Santa y sus procesiones, los pasos y sus grupos
escultóricos. Una riqueza y evolución la nuestra que el
profesor Domingo Lopo analizaba con detalle en su pregón de 2013 y que supone,
además del valor religioso y material, un patrimonio cultural inmaterial que salvaguarda
elementos tan importantes como la identidad histórica, la diversidad cultural y
la creatividad humana[4].
Con el título de este pregón -La palabra se hizo imagen,
y la imagen se hizo palabra- quiero destacar lo mucho que le deben
las diferentes temáticas representacionales de la Pasión a la Palabra de Dios y
a la literatura espiritual. Pero también la capacidad del propio arte para inspirar
textos tan evocadores como el sermón del desenclavo o el de las 7 palabras. La
alianza entre palabra e imagen será, en cualquier caso, el origen de abundantes
emociones, aquí menos exteriorizadas que en otras partes de nuestra variada
geografía nacional, que contribuyan a acrecentar la
vivencia espiritual de quien escuche y vea.
Palabra e imagen, llamadas siempre a entenderse. Lo que me
recuerda una exposición del Reina Sofía, Todo arte es una forma de
literatura (2018), en la que el objeto de estudio era la influencia de
Pessoa en un considerable número de artistas de su época. ¿Acaso no es lo mismo
que sucedió en nuestro ámbito desde el s. XIII con personajes tan influyentes
en la literatura espiritual y en las mismas letras como San Francisco de Asís
(1182-1226) y su Oficio de la Pasión, Ludolfo de Sajonia (1300-1378) y
su Vita Christi, Santa Brígida de Suecia (1303-1381) y sus Revelaciones,
Fray Luis de Granada (1504-1588) y su Libro de la oración y meditación,
Luis de Palma (1559-1641) y su Historia de la Sagrada Pasión o Lope de
Vega (1562-1635) y sus Rimas Sacras, entre otros[5].
Sin ellos, ¿hubieran visto la luz pinturas como las de Mathias Grünewald, esculturas
como las de Gregorio Fernández o nuestros Cristos de las Aguas y de la Agonía? Y
a la inversa, su contemplación y la de tantas obras de arte, ¿no generaron multitud
de textos y predicaciones apasionadas? Lo que parafraseando el título de la
exposición nos da pie a decir que Todo arte sacro es una forma de teología, liturgia
y pastoral pensada para comunicar mejor nuestras principales verdades de fe,
a fin de que lleguen al mayor número posible de personas. Lo dejaba muy claro San Juan Pablo II en su Carta
a los artistas:
Para
transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del
arte […]. Debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo
del espíritu, de lo invisible, de Dios […] acuñar en fórmulas significativas lo
que en sí mismo es inefable […][6].
Crucemos, pues, el umbral de nuestra Iglesia madre con
atención y sensibilidad, dejándonos sorprender por su belleza estética, pero
con igual predisposición hacia los misterios que se van a celebrar en la
liturgia, pues la belleza, como bien reconoce el diccionario, no sólo es el
placer sensorial o intelectual sino también el espiritual. De ahí el
inseparable vínculo entre belleza y liturgia al que se refería Benedicto XVI cuando
afirmaba:
La belleza de la liturgia […] es expresión eminente
de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la
tierra […]. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción
litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios
mismo y de su revelación[7].
Cuidemos, en consecuencia, nuestras
celebraciones, como ya se hace, y cuanto forma parte de ellas: sean la música,
los diferentes ornamentos, los tiempos, el ritmo, el propio silencio…, pues todas
ellas son partes necesarias de un todo cuya armonía no es posible sin la
atención particular de cada una en concreto. Si el día de la Misa Crismal se
utilizan las ánforas de plata de 1790 para bendecir los santos óleos, en Corpus
procesiona la custodia de 1602 y los días de fiesta se emplean cálices como el
del obispo Torquemada (1564-1582) o el de los Evangelistas (1597-1600)
no es para presumir de ellos o un ejercicio de boato, sino para embellecer la
acción litúrgica y darnos cuenta que hay que alzar los dinteles porque va a
entrar el rey de la gloria[8].
El mismo que lo hizo subido a un pollino en Jerusalén mientras la multitud lo
aclamaba y el mismo que, previo a celebrarse la pasión, acepta que María de
Betania le perfume los pies. Aquel que sigue vivo en los pobres y necesitados,
pero está igualmente a la derecha del Padre.
Misterios que vamos a
celebrar
Hecha la introducción, toca adentrarse en
los misterios que vamos a celebrar, empezando por el Domingo de Ramos y la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, lo que me lleva a dos imágenes. Una que
no tenemos, pero debiera ser nuestro modus operandi cada vez que atravesáramos
el pórtico de la Catedral, sentir la misma alegría de quienes agitaron sus
ramos al grito de ¡Hosanna! Es lo que uno se encuentra en el suelo de la
Sagrada Familia al acceder por la portada de la pasión. Pero la otra sí, es la arquitectura
de la Jerusalén celeste que remata el tímpano de la portada principal y que nos
hace mirar hacia arriba, a fin de marcarnos el rumbo e indicarnos la meta a la
que estamos llamados todos.
Una entrada en Jerusalén que es júbilo,
pero también el inicio de una pasión que se tiñe de rojo en la celebración
litúrgica y nos preanuncia, en el evangelio de la Pasión, cuanto va a suceder.
Pero antes aún habrá tiempo para la Misa Crismal, para el lavatorio de los pies
y para la reserva eucarística que en esta Catedral cobra especial significado en
su Monumento de Jueves Santo, arquitectura barroca grandiosa, digna de albergar
a quien siendo grande se hizo pequeño y que, cuando todavía no existía luz
eléctrica, iluminado con todas las velas previstas para tal fin, además de cautivar
al que lo visitara, sería resplandor en medio de la noche; como queriendo poner
un poco de sensatez en medio de tanta locura y alumbrar los miedos de todo ser
humano que, al igual que Cristo, espera que el cáliz de la amargura sea breve y
se vislumbre un poco de luz al final del túnel.
Escena esta, aquí en Tui, singularmente
recreada en la Capilla de la Misericordia, al convertirse por unos días en
Huerto de los Olivos donde el verde sabiamente dispuesto, coloniza el
presbiterio y reordena el espacio. Es el comienzo de lo que Olegario González
define como lucha interior […] entre las humanas posibilidades
limitadas y las divinas exigencias sin límite, la cual no deja otra
elección que el heroísmo de la permanencia fiel que nos dignifica o la
cobardía y traición que nos degradan[9].
Aquí todo invita al recogimiento y pone el foco en la expresividad de un rostro
que, abandonado a la voluntad del Padre, es consolado por un ángel. En
contraste, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan que Eduardo Padín pintó en
disposición triangular permanecen totalmente ajenos al inicio de la Pasión. Una
puesta en escena que recrea la versión de Lucas[10]
y ayuda, sin duda, a empatizar con Cristo y sus sentimientos de angustia, a la
vez que reconocerse en unos apóstoles totalmente superados por los
acontecimientos presentes y los que están por llegar.
Y llega la hora del desgarro físico, no
sólo interior, la hora de afrontar el misterio del ser humano y de aceptar su
fragilidad con todas las consecuencias y en toda su crudeza, la hora de
despojarse de todo rango y de tomar la condición de esclavo[11],
la hora de la barbarie que Mel Gibson recreó hasta el detalle, siendo su mejor
escena no los desgarramientos de la carne provocados por las cuchillas en las
que terminaban los flagelos, sino la escena en que su madre y María
Magdalena recogen con lienzos la sangre derramada en el suelo que ha quedado
completamente encharcado tras el castigo infligido.
¡Eh ahí, la persona sometida a prueba! La
misma que Pierre Gonnord nos muestra en sus retratos de mujeres y hombres que
han sufrido el maltrato, la violencia o la propia dureza de la vida, pero cuya
mirada retiene aquello que todavía les pertenece y no quieren perder: su
dignidad. ¡Eh ahí la belleza del Mesías que asume el dolor humano!, sana
nuestras heridas, recompone nuestra figura y arranca nuestro pecado como
profetizara el profeta Isaías en el 4º Cántico del Siervo sufriente[12].
¡Eh ahí la belleza del rostro que demanda compasión, ternura y misericordia! ¡Eh
ahí la tarea de todo cristiano!, contemplar al otro como un fin en sí mismo,
aunque esté enfermo, viejo o privado de atractivos sensibles, lo que el
Papa Francisco denomina experiencia estética del amor [13].
Y, ¡Eh ahí también una de las grandes novedades del cristianismo, considerar
redimible todo, incluso la fealdad! Así sucedió en el orden de lo estético, el Cristo
triunfante del románico deja paso al Cristo doloroso del gótico que
en las diferentes variantes será el que permanezca a lo largo del tiempo y
llegue a nosotros. Desde entonces, su representación en la cruz deja de ser
un puro concepto y pasa a ofrecernos el drama de un Hombre[14],
de modo que la humanidad del dolor será ya, sin negar la divinidad de la
gloria, el modelo a seguir.
Luego, ante el Sanedrín y Pilatos, Jesús
calla. Es un silencio elocuente que se repite estos días en la visita a los
monumentos, en la celebración de los Oficios del Viernes Santo o en procesiones
como la del silencio tras el desenclavo. Un silencio que Jesús rompe en la cruz
para realizar tres acciones: perdonar, testar y gritar. Primero perdona a los
verdugos y al buen ladrón Dimas que, a diferencia de un desafiante Gestas, se
gira hacia Cristo y encuentra en Él la redención anhelada. El propio Lope de
Vega lo alaba en una de sus Rimas Sacras (n.º 91): Ladrón por lo
pasado se dirá / que por subir al cielo no es razón, pues no se roba aquello
que se da. Una belleza o fealdad la del rostro que con frecuencia ha
servido iconográficamente para diferenciar el bien del mal, la gracia del
pecado, el ideal de la realidad. Y puestos a fijarnos en
algún detalle más de cómo han sido representados los dos malhechores, descubriremos
que la acción redentora de Dios, por muy extraordinaria que sea, respeta
siempre la libertad humana de acogerla o, por el contrario, de rechazarla. Así,
Dimas muere con la cabeza alzada, mientras que Gestas la inclina en dirección
al suelo.
Lo siguiente será testar o, mejor dicho,
añadir una cláusula al mandato del amor fraterno encomendado a los apóstoles en
la Última Cena. Esa cláusula no es otra que su propia Madre, en adelante
nuestra y de la Iglesia, que asociada de modo singular a la obra redentora de
su hijo será representada desde el s. XIV en numerosas Piedades, Dolores,
Angustias y Lamentaciones[15].
Ninguna obra lo expresa mejor que el Descendimiento de la cruz de Van
der Weyden expuesto en el Prado, donde el cuerpo desmayado de María y el cuerpo
yacente de su Hijo adoptan la misma posición. Dicha asociación en lo teológico
la tenemos también aquí en el grupo escultórico que perteneció al retablo
renacentista de la capilla mayor (ca.1520). María, además de inclinarse ante el
cuerpo yacente de su Hijo, entrecruza sus brazos y se los lleva al pecho, en señal
de ofrenda y aceptación.
Falta gritar, un grito el suyo que
condensa la angustia existencial de todo ser humano, tan presente en el arte,
como en el caso de la famosa pintura de Munch y sus versiones[16]
o el grito profético que Pablo Gargallo plasmó en 1933. Un grito que es
desahogo ante la barbarie extrema en forma de invasiones y genocidios, campos
de concentración y bombardeos indiscriminados que hicieron del conocido Guernica
de Picasso un símbolo de lo que nunca debería suceder en Ucrania, y en tantos
otros sitios que no interesan ni lo más mínimo. Un grito que se prolonga en el
tiempo para quien quiera escucharlo y al que el Papa Francisco ponía rostro el
Viernes Santo de 2016 en la oración del Via Crucis:
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te
seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados
vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame […]
en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados,
en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita
[…] en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable
cementerio […][17].
En todos ellos, la Cruz no es exaltación
del sufrimiento sino llamada a ser Cirineos y apóstoles de la misericordia como
hace el Buen Pastor que carga la oveja herida sobre sus hombros. Esta es una de
las primeras iconografías cristianas y no la del crucificado, de la que no
encontramos ejemplos hasta el s. V y en España hay que esperar al Beato de
Gerona del año 975[18].
La Cruz que se abre al infinito y ensancha el corazón de tantos otros
colectivos que el Papa sabe igualmente enumerar:
Oh Cruz de Cristo,
imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo
en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso […] en
los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida [...]
en los arrepentidos que […] saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en
tu reino […] en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación
matrimonial […] en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados
y maltratados […][19].
Una cruz, en este sentido, capaz
de superar cualquier derrotismo porque no se deja encasillar como muestran los
dibujos de Cristino de Vera en los que una taza o calavera nos sitúan en
lo terrenal y perecedero, mientras que los brazos de Cristo y su rostro desbordan
el papel y se proyectan hacia el infinito.
La Cruz de los otros y nuestra propia Cruz,
que no es posible ignorar: El que quiera venir en pos de mí […] que cargue con su cruz y me siga
(Mc 8, 34). Pero, ¡qué difícil es aceptar las contrariedades, digerir los
fracasos e integrar las desgracias!, ¡qué difícil aceptar en ocasiones que Dios
lo permita!, ¡qué inaceptable es ser nuevamente Job! Entonces es cuando nos
damos de bruces con nuestra propia fragilidad y experimentamos la desnudez de
quedarnos con lo básico y fundamental. Dicho con
palabras que Martín Descalzo pone en boca de Jesús: Ser hombre es solamente
tener unas pocas certezas, tres o cuatro. O tal vez una sola: la de saberse
amado […][20].
El amor como razón última que alcanza su máxima expresión en los brazos
abiertos de Cristo y en su perdón incondicional por mucho que nos cansemos de pedírselo,
lo ignoremos o nos salga demasiado barato.
Muchos son los rostros de Cristo crucificado
que, a lo largo de la historia, en diferentes imágenes han cruzado su mirada
con la nuestra. Aquí en Tui, el Cristo gótico de Santo Domingo (s. XIV), hoy
día en el Museo Diocesano. También en Santo Domingo, el de las Aguas (1ª mitad
del s.XIV), el más expresionista de todos, cuya contemplación incomoda porque
muestra el dolor en toda su crudeza y sin edulcorantes. El Cristo articulado de
San Francisco (s. XVIII) cuya presencia bien justifica un retablo y seguramente
nos traiga a la memoria a D. Ricardo García que cada cuaresma, como buen
catequeta, lo señalaba y hacía que fijáramos nuestra mirada en él, al tiempo
que motivaba nuestra adhesión interior. Y, como no, el Cristo de la Agonía, ante
el que resulta difícil no conmoverse por su realismo anatómico tan propio del
s. XVII en el que destacan las huellas de la Pasión, la boca entreabierta y su
mirada a punto de apagarse definitivamente. Ante Él
parece que todavía escuchemos: todo está cumplido (Jn 19, 30) y se
comprende mejor lo que Jesús omite del Sal 21 cuando pronuncia un escueto: Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Recordémoslo:
7 […] Soy […] vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; / 8 al
verme, se burlan de mi […]. / 18 Ellos
me miran triunfantes, / se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica […]. / 20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos […] / 22 sálvame de las fauces del león […]. / 30 Ante él se postrarán los que duermen en
la tierra […] / 31 hablarán del Señor a la generación futura
[…].
No sólo es profético todo lo que dice sino
también un curso acelerado de duelo en el que descubrimos las principales fases
que todo ser humano en algún momento ha de afrontar y que el mismo Cristo experimenta:
tristeza y abandono, reconocimiento de la realidad adversa, expectativas de que
todo pase pronto y, finalmente, aceptación.
Son miradas transformadoras que cambiaron la
vida de multitud de personas de todos los tiempos. Entre ellas, San Francisco
de Asís, a quien representaron frecuentemente con estigmas y al que Cristo
abraza desde la cruz. Amor por el crucificado que sus hijos difundieron igualmente
en nuestra ciudad como recuerda el emblema que corona el retablo mayor de San
Francisco (1727), en el que se entrelazan los brazos de uno y otro, para
recordarnos que el cielo y la tierra no son ya dos realidades inconexas, sino
que comparten el mismo destino al que se refiere Mons. Casaldáliga en uno de
sus poemas: Donde tú dices paz, / justicia, / amor, / ¡yo
digo Dios! / Donde tú dices Dios, / ¡yo digo libertad, /
justicia, / amor! [21].
Miradas que acompañan y dan vida a los pasos
procesionales, pensados para cautivar a quienes los siguen de cerca en lo que
Camón Aznar llamó itinerarios bordeados por la emoción popular [22].
Así sucede el viernes por la mañana en la Procesión de los Pasos, donde se
reúnen muchos de los protagonistas que acompañaron a Jesús en su primera
pasión: la Virgen, San Juan, Simón de Cirene, la Verónica, los soldados. A
todos ellos da voz el padre predicador en el Sermón de las Siete Palabras en que
interpela a los oyentes con lo sucedido ayer y hoy: ¿cómo es posible que sólo
encuentre desprecio e indiferencia aquel que pasó haciendo el bien y cuyas
palabras fueron siempre de aliento?, podría decirnos la afligida Verónica. ¿Por
qué cargar con una cruz tan pesada si es de otro?, pensaría Simón de Cirene. Y
cuando la Dolorosa de Querol se lleva la corona de espinas al corazón, mientras
alza su vista al cielo, es fácil que pronuncie nuevamente el hágase según tu
voluntad o el todo está cumplido de su Hijo.
Pocas
experiencias más difíciles de aceptar que la separación de la persona amada, y
más todavía cuando se trata de un hijo. Ante una pena tan inmensa no hay
consuelo y surgen preguntas de inmediato: ¿por qué ha tenido que ser así?,
¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué ahora que lo necesitábamos tanto? Son
preguntas muy humanas en las que tanto solo la cercanía de los que nos quieren y
la esperanza de volvernos a reencontrar nos ayudará a salir del precipicio. Pero
el abismo está ahí, sino fijémonos cómo describe un auto sacramental el terremoto
mencionado por el evangelista Mateo[23]
cuando expira Cristo:
Entonces escureció / toda la
lumbre del mundo; / el sol claro se eclipsó; / toda la tierra tremió / fasta el
abismo profundo. / Y todos los elementos / curso natural mudaron; / las
estrellas y los vientos / por diversos mudamientos / gran sentimiento mostraron[24].
La misma naturaleza se conmueve, ¿qué no sucedería
en las entrañas de quien acogió al autor de la vida? Por eso, una de las
escenas más emotivas de La Pasión de Cristo es aquella en la que al caerse
el Nazareno cruza la mirada con su madre y un flash-back nos traslada al
momento en que siendo niño es consolado por ella tras tropezar y hacerse daño.
María que, tras el desenclavo en Santo
Domingo, presidirá el Santo Entierro y verá como sus hijos tudenses la
acompañan en el trayecto procesional, porque nada hay más triste que una
despedida sin el consuelo de los familiares, los amigos y los vecinos. Luego,
el sábado a primera hora, cumplidas ya las profecías de Simeón, en la intimidad
de un grupo de mujeres, la Soledad hará suyas las angustias y miedos de quienes
acuden a ella buscando un poco de vida, dulzura y esperanza.
Enterrado
el grano de trigo queda esperar que se cumpla la promesa de quien venció en
todas las batallas y dejar que suene el final sosegado de la Pasión según
San Mateo de Bach en el que los violines e instrumentos de viento acompañan
las voces de quienes repiten una y otra vez de modo intercalado: descansa,
descansa dulcemente. Pero la tentación nihilista, del todo se acabó y
nada hay ya que hacer, está siempre al acecho y surgirá con fuerza en quienes
su fe todavía no es pascual. Si el converso Paulo afirma sin titubeos, ¡sé
de quien me he fiado! (2 Tim 1,12), es porque ha experimentado el paso de
Dios por su vida, no sin pocas
tribulaciones[25].
Toca
también, en contra de lo que hoy se lleva, valorar más los fundamentos que la
apariencia, lo ético que lo estético, y mirarse en el espejo, pero no a lo
Dorian Gray sino a lo Santa Clara de Asís, San Pelayo o nuestro querido San Telmo,
quienes descubrieron en Cristo la deseada felicidad que
le resultó tan esquiva al personaje de O. Wilde. Recordemos que Dorian Gray acuchilla
su retrato y logra así romper el maleficio, pero la mentira y el crimen le han
ganado ya la partida:
Cuando entraron, descubrieron
colgado de la pared un espléndido retrato de su amo tal como le habían visto la
última vez, en todo el esplendor de su exquisita juventud y belleza. Tendido en
el suelo había un hombre muerto, en traje de etiqueta, con un cuchillo clavado
en el corazón. Estaba ajado, lleno de arrugas y su rostro era repugnante. Sólo
después de examinar sus anillos reconocieron quién era[26].
Por eso, no despreciemos nunca nuestras
acciones por pequeñas que sean, pues su valor puede llegar a ser incalculable.
Lo vemos en una de las escenas finales de La lista de Schindler. Los
judíos a quienes el empresario alemán había salvado en sus fábricas le regalan
un anillo con una frase del Talmud que lo resume todo: Quien salva una vida
salva al mundo entero (Mishná 4:5). Y es que la vida justa de unos pocos,
su oración y sacrificio, como se nos recuerda en el Antiguo Testamento con la
figura del resto de Israel, sigue siendo la viga maestra que impide que el
edificio se venga abajo.
Renovemos, pues, nuestras vidas con la
alegría Pascual, conscientes de que lo mejor está siempre por llegar y que por
nosotros aguarda un mañana del que desconocemos los detalles. Así sucede en el
cuadro de José María Larrondo titulado La casa de mi Padre (2001) en
donde no vemos gran cosa de qué habrá al otro lado, tan sólo un lienzo del
revés con el centro del bastidor en forma de cruz latina y su clarificador
título. No es mucho, pero suficiente, porque no vemos lo que nos espera, pero
sí creemos lo que ya ha sido revelado: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1 Co 2,
9).
Festejemos, en fin, que nuestra Catedral sigue
viva en las afluencias multitudinarias de las grandes solemnidades y en la
participación minoritaria de la Misa diaria. En los miles de turistas y
peregrinos procedentes de más de cuarenta países durante los animados meses de
julio y agosto o los cientos que acuden igualmente en los invernales enero y
febrero. Participemos en cada convocatoria grande o pequeña que haga de este
lugar un templo de piedras vivas que dé a conocer su rico patrimonio material e
inmaterial. Alegrémonos porque aquí ha comenzado ya el Plan de Catedrais
2021-2027 de la Xunta de Galicia, y preparemos también con decisión y
entusiasmo el 800 aniversario de su consagración. Caminemos, en definitiva,
unidas todas las instituciones para que el Conjunto Catedralicio, su Museo y
Archivo puedan prestar un mejor servicio a la sociedad y este lugar sea más
plenamente lo que por historia ya es, un referente cultural y espiritual en
ambas orillas.
Invitación final
Me queda tan sólo deciros y
decirme.
Participemos en las diferentes celebraciones litúrgico-religiosas
de modo que pongamos en lo que celebramos todo nuestro ser, porque un corazón,
hermanos, que no se conmueve en estos días santos es un corazón de piedra que
ha dejado ya de latir.
Aprendamos de Cristo que nace pobre, es
refugiado en Egipto, escoge el anonimato de Nazaret,
renuncia a un techo y concibe su vida pública como un servicio, lava los pies a los apóstoles, acepta morir como un
malhechor y, finalmente, se deja confinar en el pan eucarístico. Que la humildad
predicada y vivida por Él nos inspire y motive, pues sólo en terreno tan fértil
florecen las demás virtudes.
Valoremos el arte y la liturgia como algo necesario en
nuestras vidas, pues no sólo de pan vive el ser humano, también de la belleza que
es alimento del alma y antesala confortable de la eternidad.
Seamos cirineos que no rehúyen al Varón de Dolores sino que
limpian su rostro y lo acompañan al Calvario en los hermanos que sufren de
cualquier modo. Esa será nuestra mejor ganancia y la mejor respuesta a nuestra
condición de hijos de Dios.
Aprovechemos estos días para comprender
mejor el imprescindible y necesario vocabulario de la caridad, la justicia, el
servicio, el perdón, la misericordia, el sacrificio, la alegría y tantas otras
que conforman la identidad cristiana sabiendo que, por el mero hecho de
pronunciarlas, no se van a realizar ex opere operato.
Contemplemos la Semana Santa como las
partes de un todo cuyo objetivo no es otro que mostrar el verdadero rostro de
Cristo, libre de amputaciones. Nunca entendí, y sigo sin hacerlo, cómo se puede
celebrar el domingo de Pascua sin haber pasado previamente por el Jueves y el Viernes
Santo.
Demos su tiempo y espacio a cada
acontecimiento, primero sea la escucha, el recogimiento y la meditación de la
pasión y muerte de NSJC, y luego la explosión festiva de la Vigilia Pascual y
de las fiestas patronales en honor de San Telmo.
Y cómo no, dejemos que el Espíritu Santo nos rejuvenezca, sane nuestras heridas y disipe nuestras tinieblas, para que se cumpla en nosotros aquello que pedimos con fe: Oh luz más bendecida, llena el corazón más íntimo de todos los fieles / Sin tu gracia no queda nada en nosotros, nada que no sea doloroso [27].
[1] P. Bourdieu, Un
arte medio. Barcelona, 2003, p.264.
[2] Juan Pablo II, Carta
a los artistas, n.º 7, 1999.
[3] Sal 113B, 5.
[4] Convención para
la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, art. 2,1. París, 2003.
[5] J.M.ª Martínez
Frías, “La Pasión de Cristo en el arte” en Passio. Las Edades del Hombre,
2011,
pp.71ss. 440 ss.
[6] Carta a los
artistas, n.º 12.
[7] Sacramentum Caritatis, n.º 35.
[8] Cf. Sal 24, 7.9.
[9] O. González de Cardedal, “Pasión del hombre -
Pasión de Dios” en Passio. Las Edades del Hombre
2011, p. 32.
[10] Es el único de los
sinópticos que hace referencia a la presencia del ángel (Lc 22, 39-46). Los
otros
dos, Mt 26, 36-46 y Mc 14, 32-42 ponen el
acento en la soledad de Cristo que por tres veces acude
a los
apóstoles y las tres veces los encuentra dormidos.
[11] Cf. Flp 2,6.
[12] Cf. Is 52,13-53.
[13] Amoris Laetitia, n.º 128.
[14] J.M.ª Martínez
Frías, op. cit., pp. 70.74-75.
[15] Ibíd., pp. 78-79.
[16] La más conocida es
de 1893.
[17] Papa Francisco,
Oración en el Via Crucis del Coliseo, 30 de marzo de 2016.
[18] J. M.ª Martínez
Frías, op. cit., p. 59-61.
[19] Papa Francisco, op.
cit.
[20] J.L. Martín
Descalzo, Diálogos de Pasión. Ediciones Sígueme, 2006, p.19.
[21] Pedro Casaldáliga, Fuego
y ceniza al viento. Antología espiritual. Editorial Sal Terrae, 1984, p.
71.
[22] J. M.ª Martínez
Frías, op. cit., p. 81.
[23] Cf. Mt 27, 50-54.
[24] Texto de La
Passión Trobada de Diego de San Pedro (1485), incorporado por Ana Zamora a
la
representación
del Auto de Pasión segoviano: Misterio
del Cristo de los Gascones. Compañía Nao
d´amores, en el centenario de la Procesión de
los Pasos, 2007.
[25] Cf. 2 Co 11,16-12,10.
[26] O. Wilde, El
retrato de Dorian Gray. Madrid, 2008 (8ª ed.), p. 283.
Estimado señor:
ResponderEliminarMe llamo Manuel Carlos Ordás de Aranda, soy historiador y estoy haciendo un estudio sobre los restos heráldicos que se conservan en la provincia de Cádiz (algo más de 400). Entre ellos se hallan las armerías que dejó el que fue obispo tudense don Alfonso Galaz Torrero (+ 1688), armerías que se encuentran en una capilla (de San Antonio) de la Iglesia Prioral (ya con rango basilical) de El Puerto de Santa María.
Sé que en la Catedral de Tuy se encuentra, en el muro que mira al Oriente, su escudo de armas y una inscripción con su nombre fechados en el año de 1684.
Me resultaría muy valioso me proporcionara una imagen de dicho escudo de armas a fin de compararla con la que tenemos en El Puerto de Santa María.
Gracias de antemano y un cordial saludo.